La superficie del agua sometida exclusivamente a la acción de la gravedad, es plana y horizontal, lisa y reflectante como un espejo. Está tranquila y en calma.
“Mizu-no-kokoro”. El espíritu debe permanecer siempre tranquilo como la
superficie de un lago en calma. La actitud tranquila que se debe adoptar frente
al adversario, para percibir todos sus mensajes y actuar en el momento preciso.
Cuando la mente está preocupada por miedo, rencor, cólera, etc. no capta bien
los estímulos externos y reacciona anormalmente, por debajo de sus efectivas
posibilidades.
El agua discurre siempre desde el punto más alto al punto más bajo, fluye
constantemente respetando la ley de la gravedad. No puede ir hacia arriba si no
es impulsada por una fuerza ajena.
La no-resistencia. Oponerse a una fuerza superior es antinatural y por lo tanto
el fracaso es seguro. Actuar “a favor y con…” esa fuerza es lo que nos enseña
el agua que debe hacerse. Nunca oponerse frontalmente al adversario, antes
bien, aprovecharse de su energía y de su acción.
El agua se adapta inmediatamente a todo hueco, forma o resquicio, lo cubre, lo
rodea, y poco a poco se apodera de él hasta cubrirlo y trascenderlo.
Adaptabilidad constante e inmediata, sin preguntar previamente, sin protestar,
sin poner condiciones, saber adaptarse a cualquier movimiento del otro, y sin
contrariarlo, descubrir la forma de neutralizarlo constantemente, cualesquiera
que sean sus reacciones.
No es fácil conseguir que el cuerpo y la mente actúen al unísono con la fluidez
del agua, pero es un aspecto sobre el que se debería insistir más en la
práctica del Aikido.
Al encontrar un obstáculo no se detiene ni vuelve atrás, sabe esperar, mientras
crece su caudal y su capacidad para rodearlo, encontrar los puntos
inmediatamente accesibles (los puntos más bajos) por los que va abordando,
esquivando y rebasando el obstáculo hasta superarlo dejándolo atrás. Busca sin
cesar otra salida que le permite seguir su curso hasta el equilibrio y el reposo.
Cuando realizamos una técnica y el otro se resiste o la esquiva no hay que
seguir insistiendo para concluirla por la fuerza, sino entender que es
inmediatamente preciso y necesario “buscar sin dilación por otro sitio”. La
resistencia o la esquiva del otro lleva implícita este mensaje: “por aquí no
puedes, pero se ha creado una nueva oportunidad si no te detienes y sabes
descubrir la nueva dirección”.